Te observaba desde el tocador, era odio puro lo que sentía por ti.
Llorabas cada noche, no soportabas su desprecio.
Siempre supiste que le gustaba la mediocridad y aún así te entregaste; te dejaste llevar por no querer estar solo.
Sabías que era una trampa desde el inicio, pero es que te gusta sufrir, te gusta estar expuesto.
Y cada noche gozabas las delicias del sexo sin importar lo que esperaba al amanecer.
Milimétricas espinas te atravesaron la piel, nadie te salvo.
Seguía observando.